Mi mesa es de buena madera y dimensiones poco despreciables. Es rectangular pero no cuadrada. Tiende al desorden común en su entorno. A la izquierda en un rincón hay discos de antiguos juegos y música más que pasada, todo en una montaña de más de
Y entre todo el desorden aparente, que no es más que orden real, destaca mi hermano. Un bolígrafo, una lata enana (que gracias al enanismo se ha conservado en el trajín de objetos como lapicero)… y un cajón adosado a la mesa lleno de cosas que le pertenecen. Ahí guarda toda su esencia, desde tarjetas, identificaciones, licencias, llaves, condones, recuerdos encerrados para ser olvidados… porque el cajón es mío, pero se lo dejo para que lo llene. Un cajón que le guarda para mí, lo que me ha dejado, que le da gracia a la mesa. Forma parte del sector especial de la mesa, que ocupa menos de la mitad pero representa un 80% de ella, configurado por un ordenador, unos altavoces, un pianillo microscópico, el cajón y los discos viejos.
Es por eso, haber si me entiendes ahora, que mi hermano no se puede ir ¿Quién le dará sentido a mi mesa? Igual que no pueden faltar ni el piano ni los discos viejos ni el teclado ni las libretas ni el orden que pretendo desordenado; no puede faltar él, entonces ya no sería mi mesa.
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